TIENE AL PADRE Y AL HIJO

TIENE AL PADRE Y AL HIJO

Quiero iniciar este artículo con el relato de una anécdota muy interesante que cautivó mi mente y corazón cuando la leí por primera vez por el Internet. Este relato se titula ¡El HIJO!, ¡EL HIJO!, ¿QUIÈN SE LLEVA AL HIJO?” y dice así:

“Un hombre rico y su hijo tenían gran pasión por el arte. Tenían de todo en su colección, desde Picasso hasta Rafael. Muy a menudo, padre e hijo se sentaban juntos a admirar las grandes obras de arte.

Cuando el conflicto de Vietnam surgió, el hijo fue a la guerra. Fue muy valiente y murió en la batalla mientras rescataba a otro soldado. El padre recibió la noticia y sufrió profundamente la muerte de su único hijo. Un mes más tarde, justo antes de la Navidad, alguien tocó la puerta. Un joven con un gran paquete en sus manos le dijo al padre: “Señor, usted no me conoce, pero yo soy el soldado por quien su hijo dio la vida. Él salvó muchas vidas ese día, y me estaba llevando a un lugar seguro cuando una bala le atravesó el pecho, muriendo así instantáneamente. El hablaba muy a menudo de usted y de su amor pro el arte. “El muchacho extendió el paquete: “Yo se que esto no es mucho. Yo no soy un gran artista, pero creo que a su hijo le hubiera gustado que usted recibiera esto.” El padre abrió el paquete. Era un retrato  de su hijo pintado por el joven soldado. El contempló con profunda admiración la manera  en que el soldado había capturado la personalidad de su hijo en la pintura. El padre estaba tan atraído por la expresión de sus ojos  de su hijo que los suyos propios se inundaron de lágrimas. Le agradeció al joven soldado y ofreció pagarle por el cuadro. “Oh no señor, yo nunca podría pagarle lo que su hijo hizo por mí. Es un  regalo”. El padre colgó el retrato arriba de la repisa de su chimenea. Cada vez que los visitantes e invitados llegaban a su casa, les mostraba el retrato de su hijo antes de mostrar su famosa galería. El hombre murió unos meses más tarde y se anunció una subasta para todas las pinturas que poseía. Mucha gente importante y de influencia acudió con grandes expectativas de conseguir un famoso cuadro de la colección.

Sobre la plataforma estaba el retrato del hijo. El subastador golpeó su mazo para dar inicio a la subasta. “Empezaremos los remates con este retrato de el hijo. ¿Quién ofrece por este retrato?” Hubo un gran silencio. Entonces una voz del fondo de la habitación gritó: “¡Queremos ver las pinturas famosas! ¡Olvídese de ésa!” Sin embargo el subastador persistió: ¡Alguien  ofrece algo por ésta pintura? ¿$100.00 dólares? ¿200.00 dólares?”  Otra voz gritó con enojo: “¡No venimos por ésta pintura! Venimos a ver los Van Goghs, los Rembrants. ¡Vamos a las ofertas de verdad!” Pero aún así el subastador continuaba su labor: ¡El Hijo!, ¡El Hijo!, ¿Quién se lleva el Hijo?”

Finalmente, una voz se oyó desde muy atrás del cuarto: “¡Yo doy diez dólares por la pintura!” Era el viejo  jardinero del padre y del hijo, siendo éste muy pobre, era lo único que podía ofrecer.  “¡Tenemos $10 dólares!”, “¿Quién da 20?” gritó el subastador. “¡dásela por $10! ¡Muéstranos de una vez las obras maestras!” dijo otro exasperado.” “10 dólares es la oferta! ¿Dará alguien 20? ¿Alguien da 20?” La multitud se estaba poniendo bien enojada. No querían la pintura de El Hijo. Querían las que representaban una valiosa inversión para sus propias colecciones. El subastador golpeó por fin el mazo: “Va una, van dos, ¡Vendida por $10 dólares!” Un hombre que estaba sentado en segunda fila gritó feliz: “¡Ahora empecemos con la colección!” El subastador  soltó su mazo y dijo: “Lo siento mucho damas y caballeros, pero la subasta llegó a su final”.

“Pero, ¿qué de las pinturas?” le dijeron, “Lo siento dijo él… cuando me llamaron para conducir esta subasta, se me dijo de un secreto estipulado en el testamento del dueño. Yo no tenía permitido revelar esta cláusula hasta este preciso momento. Solamente la pintura de EL HIJO  sería subastada. Aquel que la comprara heredaría absolutamente todas las posesiones de este hombre, incluyendo las famosas pinturas. ¡El hombre que compró EL HIJO se queda con todo!”

¡Qué inesperada sorpresa!  ¿Podría alguien haber tenido la más remota idea de lo que acontecería ese día? No, jamás, nadie tenía ni la menor noción de lo que representaba para aquel rico aquella pintura de su hijo. Para este padre nada tenía valor semejante al cuadro de su hijo, ni todo lo que poseía era tan valioso para él como aquella pintura de su amado hijo. Y qué decir de Dios, de la Majestad divina, del Padre de amor y misericordia, de esperanza y salvación, quien ha dado todas las cosas a su Hijo y demanda que todos le honren. Al constituir a su Hijo  heredero de todo, ha querido que en su Hijo se reúnan todas las cosas de lo que está arriba en el cielo y lo que está abajo en la tierra. Todo lo hizo para su Hijo. No había otra razón para crear el universo infinito, las galaxias, las estrellas en el firmamento; para crear los ángeles  y arcángeles y todo ente  viviente, en todas las dimensiones de vida existentes. No hay otra razón para que exista el sol y la luna, lo grande y lo pequeño. Lo alto y lo bajo, lo ancho y lo profundo. Todo fue creado por él y para él. Para que el Hijo de Dios tenga en todo la preeminencia. Al Dios excelso y soberano le plugo revelar su santísima voluntad por medio de su amado hijo, He. 1:2.

Jesucristo, el hijo de Dios transmitió fielmente el mensaje divino a los apóstoles Jn. 17:8. Luego ellos y otros soldados que quisieron honrar la causa del hijo amado; quien murió en la cruz después de librar una batalla incansable contra el enemigo del género humano, escribieron las enseñanzas de la revelación de Dios dada por el hijo y hasta el día de hoy a quedado en la posteridad la huella imborrable del testimonio de Dios, del santo y puro evangelio, palabra profética inspirada y segura luz (2 Pe. 1:19-21) a la cual debemos respeto y obediencia como bien dijera Pablo a Timoteo en 1. Ti. 4:16.

Si buscamos luz y riquezas aparte de Cristo, nos quedaremos sin nada. Lo perderemos todo, al igual que aquellos sorprendidos coleccionistas, porque el mundo pasará, porque los cielos y la tierra, ardiendo, serán desechos, porque de las cosas primeras no habrá  más memoria. Serán como el tamo de las eras. Los que buscan algo aparte de Cristo, quedarán en la indigencia más grande, en la mayor bancarrota, porque sólo los que tienen al Hijo son herederos de todas las cosas, los que tienen a Cristo y vencen con él, heredarán todas las cosas. Ap. 21:7. Nadie puede decir: “Yo tengo tesoros en el cielo” si no ha subastado al Hijo. Hay una condición básica para contar con el agrado de Dios, como también una sanción para quienes no la cumplen: No honrar a su palabra es rechazarle a Él. Cristo es Él y su palabra, su doctrina es importante por lo que Juan dice: “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ese si tiene al Padre y al Hijo” 2 Jn. 9. Aquí está el centro de atención en este escrito, “TIENE AL PADRE Y AL HIJO”. Una pregunta crucial ahora mismo es ¿Cómo podemos usted y yo apreciable lector estar seguros de que realmente Tenemos al padre y al Hijo en estrecho vínculo con nosotros?

La palabra de Dios dice: “porque como el padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida. Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que honra al Hijo, no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió” Jn. 5:21-23. La verdad más importante que el Espíritu Santo quiere destacar en este pasaje es la que aparece en el versículo 23: “Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió”. Todas las cosas que el Padre le dio al Hijo tienen el objetivo de que Él sea honrado. Asimismo, todo lo que el Padre demanda del hombre es que honre a su Hijo, por lo que categóricamente  podemos afirmar que para tener al Padre y al Hijo DEBEMOS DARLE A CRISTO LA HONRA Y LA GLORIA QUE ÉL SE MERECE.

Esto es trascendente e imperante pero para poder lograrlo hay que aceptar el don gratuito que ofrece Jesucristo y solamente Él. La salvación que Cristo ofrece es un don de Dios para los hombres que no la merecen. No tenemos más que pedirla para recibirla. “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber,” le dijo el Señor a la mujer en Sicar, “tú le pedirías, y él te daría agua viva” Jn. 4:10. La última invitación en la Biblia es la rogativa de gracia de nuestro Salvador resucitado: “Y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” Ap. 22:17. ¡Tome gratuitamente! El agua de vida puede tenerse con sólo pedirla, pero para pedir algo hay que creer y aceptar ese algo como urgente y necesario para nuestra vida. Ésta es una noticia buena para los pecadores en bancarrota.

¿Entonces la Salvación no cuesta nada? La verdad es que no hay nada en todo el universo que haya costado tanto. Le costó al Verbo, quien desde el principio sin principio era Dios, la humillación del exilio del salón del trono del universo, la renuncia a la gloria de la majestad que había sido suya, y la aceptación de una identificación con la humanidad, tan completa que desde entonces y para siempre seguiría siendo el Hijo del Hombre. Al Padre le costó el sacrificio de su Unigénito Hijo, en el árbol del Gólgota. Pero aunque la salvación es el don de gracia de Dios para los pecadores en bancarrota espiritual, la aceptación de ese don, como su provisión, es costosa. Cuesta renunciar a sí mismo, y a mucho de lo que es precioso para nosotros. Pablo, quien pagó el precio con alegría lo definió con expresiones como esta: “Estoy crucificado con Cristo… para mí el vivir es Cristo… Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdidas por amor de Cristo… No se trata solamente de decir creo y acepto a Cristo, se trata de honrarle, de someternos completamente a su señorío          Lc. 6:46. Hay que renunciar a nuestro yo, y a todo lo que poseemos que nos prive de hacer la voluntad de Dios si verdaderamente queremos honrar a su hijo, y así como aquel hombre rico dio todo lo que tenía al que honrara la memoria de su hijo, nosotros también debemos darle todo lo que está al alcance de nuestras manos al Hijo del Padre Dios para garantizar nuestra comunión con él. Hay una sentencia que debe resonar fuerte, como una trompeta o una clarinada en la mente de toda persona sincera y honesta consigo misma, como también para aquellos que están desapercibidos o indiferentes, según S. 2:12. Pueblos todos, naciones fuertes, hombres todos de la tierra: “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis por el camino”.

Pasando a otro aspecto importante en esta discusión, es medular también echar una mirada detenida en las siguientes palabras: “Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” 1 Juan 5:9-12. El testimonio del Padre es claro y evidente siendo manifiesto en el Nuevo Testamento que Dios nos ha dado para honrar a su Hijo, Jesucristo. Aquí vemos que en el mundo hay sólo dos clases de personas: los que lo tienen todo y los que no tienen nada. Los que tienen al Hijo lo tienen todo; los que no tienen al Hijo, no tienen nada. “El que tiene al Hijo, tiene… El que no tiene al Hijo de Dios no tiene…”   Estas verdades divinas han sido notoriamente concertadas en la palabra de Dios, en las enseñanzas que Jesucristo mismo dio a conocer en su ministerio entre los mortales y que después fueron registradas atinadamente por la inspiración del Espíritu Santo 2 Ti. 3:16,17. Es por eso que afirmamos enfáticamente que para tener al Padre y al Hijo DEBEMOS PERSEVERAR EN LA DOCTRINA DE CRISTO.

No en vano dijo Cristo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” Jn. 8:31,32 No hay otro camino que identifique al discípulo verdadero de Cristo, o permanecemos en obediencia fiel a su palabra o no, seamos sinceros muchos de nosotros vivimos engañándonos a nosotros mismos creyendo que estamos bien con Dios cuando realmente no perseveramos en su palabra, mire bien lo que implica esta gran verdad divina: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por eso sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” 1 Jn. 2:3-6. ¿Cómo anduvo Cristo? ¿Ha seguido de cerca el ministerio de Cristo en los tres años de ardua labor haciendo la voluntad de su Padre? ¿Se identifica usted y yo amado hermano y amigo con aquel Nazareno que dejó sus huellas claramente trazadas para que siguiéramos sus pisadas como enseña Pedro: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” 1 P. 2:21 Te atreverías a decir que estás siguiendo las pisadas de Cristo, que eres luz y sal de la tierra, que predicas el evangelio a toda criatura, que como sigue diciendo el pasaje de primera de Pedro 2.23 cuando te maldicen no respondes con maldición, cuando padeces por causa de alguien no amenazas. ¿Cuál es la prioridad en nuestra vida? Lo material o lo espiritual, ¿qué metas abrigamos en nuestros corazones? La verdad es que muchos de nosotros no somos ni el talón de Cristo y eso debe de preocuparnos para “acercarnos a él piedra viva, para ser edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer continuamente sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” 1 P. 2:4,5.

En la explicación de la parábola del sembrador, Jesucristo dijo las siguientes palabras: “Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo y en el tiempo de la prueba se apartan…” “Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.” Lc. 8: 13,15. Dos observaciones principales queremos notar, primero, es posible que alguien crea sólo temporalmente v. 13. Pero bien, surge la pregunta inmediata ¿qué significa el término creer? ¿Implica la fe que realmente salva, o es un “creer” sin ninguna asociación a la verdadera fe que obra en pro de la salvación? La palabra “pisteuó” en el nuevo testamento se usa especialmente para denotar la fe por la cual un hombre recibe a Jesús, o sea, una convicción, llena de confianza gozosa, de que Jesús es el Mesías, el Señor y Soberano de nuestra alma, a la que acompaña toda obediencia a Cristo. Pero también es cierto que la misma palabra se puede usar para indicar una creencia superficial como vemos en Stg. 2:19 desprovista de toda convicción personal que se apropie o eche mano de Cristo como nuestro Salvador personal. Es el contexto, el que necesariamente define su uso particular, regla importante de toda exégesis, para establecer el significado de “pisteuousin”, en el versículo 13. El uso de la palabra en el versículo 12 establece el significado que se usa en la parábola, es claro pues, que se trata de creer para salvación: “para que no crean y se salven.” No hay razón alguna para asignarle otro significado diferente a la palabra, aquí habla de aquellos que al inicio de su vida espiritual “creen por algún tiempo” son descritos por el Señor como aquellos que tuvieron en el principio un compromiso sincero de fe. Su caída o falta de lealtad al no perseverar en el camino o doctrina de Cristo no altera el hecho de que su acto de creer, mientras duró era la fe de salvación. Esto nos hace reflexionar seriamente en la necesidad de continuar en la obediencia de la fe Ro. 1:5 para garantizar que cuando vengan las pruebas y todo estado de adversidad a nuestra vida, logremos superarlas en el campo de la batalla y salir victoriosos.

El segundo detalle en el análisis de esta parábola es el hecho al que hace referencia Cristo cuando dice: los que “dan fruto con perseverancia” “hupomoné”; firmeza, paciencia, perseverancia. Son aquellos que “retienen la palabra oída,” o sea que la han oído y guardado versículo 15, en contraste con los que creyeron sólo “por algún tiempo.” Esta última palabra “hupomoné” da la nota clave de la parábola. Es necesario e imprescindible que los que reciben la palabra de Cristo, la retengan; “katechó”, aferrarse, conservar una posesión firme, ceñir intensamente algo. El Señor Jesús, el Hijo de Dios, declara en Jn. 8:51 la necesidad de que un hombre retenga fielmente la palabra salvadora después de haberla recibido: “De cierto, de cierto os digo, que el que guarda (“téreó”, retener, y observar) mi palabra, nunca verá muerte.” Algo similar encontramos en Lucas 11:28, “Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan (“phulassó” guardar, observar.) El contexto, versículos 24-28 indican que observar y retener fielmente la palabra después de oírla y recibirla, es el camino de la redención y salvación continua.

Santiago exhorta a sus hermanos a que continúen recibiendo “con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas”  Stg. 1:21. El apóstol Juan les advierte a sus queridos hijos en la fe en contra de los esfuerzos de los apostatas de desviarlos, de extraviarlos mediante doctrinas falsas, al escribirles: “lo que habéis oído desde el principio (El verdadero evangelio), permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna” 1 Jn. 2:24,25. No cabe duda pues que el propósito del testimonio escritural de nuestro Señor Jesucristo y de los escritores del Nuevo Testamento es que a la recepción inicial de la palabra del Evangelio debe seguir una retención fiel, si los hombres han de continuar en la gracia salvadora de Cristo, y en la vida eterna de Dios. En otras palabras, si no perseveramos en la doctrina de Cristo, no tenemos al Hijo, ni al Padre, y si no tenemos al Hijo no tenemos la vida, y por ende no tenemos la vida eterna.

Apreciable amigo, hermano y lector en general, esto es serio no es posible tener al Padre y al Hijo si no honramos a Cristo ni perseveramos en su palabra o doctrina.

Finalmente quiero aconsejar con gran efusión a todos mis hermanos en la fe, a usted apreciable lector, cuídese de los que abandonan el testimonio de Dios, no dejes nunca de permanecer bajo la sombra refrescante del Árbol de vida dada en el testimonio fehaciente de la palabra de Dios. Hay muchos mutiladores de la palabra, esos expertos que levantan su burda hacha hermenéutica contra la fuente de ciencia y sabiduría divina, las sagradas escrituras, Juan nos dice una vez más “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, (Las enseñanzas de Jesucristo y el fundamento Apostólico) no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! Participa en sus malas obras. Que Dios bendiga e ilumine tu camino de fe y justicia, y recuerda si tienes al Hijo, lo tienes todo…

Bendiciones.

Mainor Pérez Medina.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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