EL ARREPENTIMIENTO

EL ARREPENTIMIENTO
Mateo 3:2

Se cuenta lo siguiente de un viejo anacoreta o ermitaño, es decir, una de esas personas que por amor a Dios se refugian en la soledad del desierto, del bosque o de las montañas para solamente dedicarse a la oración y a la penitencia. Se quejaba muchas veces que tenía demasiado quehacer. La gente no entendía cómo era posible que tuviera tanto trabajo en su retiro. A lo que les contestó: “Tengo que domar a dos halcones, entrenar a dos águilas, mantener quietos a dos conejos, vigilar una serpiente, cargar un asno y someter a un león”.
No vemos ningún animal cerca de la cueva donde vives. ¿Dónde están todos estos animales? Entonces el ermitaño dio una explicación que todos comprendieron.
“Estos animales los llevamos dentro”
Los dos halcones, se lanzan sobre todo lo que se les presenta, bueno y malo. Tengo que entrenarlos para que sólo se lancen sobre presas buenas… SON MIS OJOS
Las dos águilas con sus garras hieren y destrozan. Tengo que entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden sin herir… SON MIS MANOS
Y los conejos quieren ir adonde les plazca, huir de los demás y esquivar las situaciones difíciles. Tengo que enseñarles a estar quietos aunque haya un sufrimiento, un problema o cualquier cosa que no me gusta… SON MIS PIES
Lo más difícil es vigilar la serpiente aunque se encuentra encerrada en una jaula de 32 varillas. Siempre está lista por morder y envenenar a los que la rodean apenas se abre la jaula, si no la vigilo de cerca, hace daño… ES MI LENGUA
El burro es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber. Pretende estar cansado y no quiere llevar su carga de cada día… ES MI CUERPO
Finalmente necesito domar al león, quiere ser el rey, quiere ser siempre el primero, es vanidoso y orgulloso… ESE… ES MI CORAZÓN.

Buen día apreciables hermanos y amigos en Cristo Jesús, este relato titulado “Aprender a domar, llegó a mi computadora gracias a un hermano que aprecio mucho, y me pareció muy atinado para mi exposición, ya que hablando de nuestro tema general “El Reino de los cielos se ha acercado” en este seminario de la Espada del Espíritu, me corresponde disertar de “ARREPENTÍOS PORQUE EL REINO DE LOS CIELOS SE HA ACERCADO.” Mi enfoque más que doctrinal apela a nuestra conciencia, ya que en buena medida todos debemos domar algo en nuestro ser interior, ¿cómo están nuestras manos, nuestros pies, qué tanto dominamos nuestra lengua, nuestro cuerpo? etc. Como dice el himno 38, “Que mi vida entera esté, consagrada a ti Señor…” Hoy es un buen día para reflexionar, y si es necesario, hacer los cambios apropiados para cumplir la voluntad de Dios.

El arrepentimiento era uno de los temas principales de los profetas (Isaías 1:16-18; 55:7; Jeremías 3:12; Ezequiel 33:11, 15; Joel 2:12, 13; Zacarías 1:3, 4); Dios los llamó y los envió para denunciar las apostasías de su amado pueblo. De la manera más gráfica y contundente describieron los pecados del pueblo y les exhortaron a que se arrepintieran y volvieran sus ojos a Jehová. Era de esperar, pues, que el último de los profetas del Antiguo Testamento (Lucas 16:16) Juan el Bautista, predicara de tan importante tema como lo es el arrepentimiento.

Juan conecta el arrepentimiento con el reino, porque es imposible entrar al reino de Dios sin arrepentirse. Cristo vino a llamar “a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:32). El arrepentimiento precede al perdón (Hechos 2:38; 11:18; 26:20).

Uno de los errores más grandes que el hombre puede cometer, cobijándose bajo el manto cálido de la sabiduría humana, es confundir el remordimiento con el arrepentimiento. Existe una acelerada inquietud, o pesar interno que queda después de ejecutada una mala acción (Diccionario de la Lengua Española) fácilmente diluida en la mente y corazón de muchas personas que les hace creer que han experimentado el arrepentimiento. Lamentablemente para muchos, son dos conceptos diametralmente opuestos.

Un hombre remordido imprime penitencia a su espíritu, es decir un profundo sentimiento de haber ejecutado algo que no quería hacer. Serie de ejercicios penosos con que alguien procura la mortificación de sus pasiones y sentidos. Es un acto de mortificación interior o exterior. Y aunque implica una virtud que consiste en el dolor de haber pecado y el propósito de no pecar más, (Diccionario de la Lengua Española) el enfoque de la persona está en sí mismo y la urgencia de limpiar su ser; cosa tajantemente imposible de concretar. El remordido busca como reformarse para acallar la voz punzante de su conciencia. Podría estar convencido de sus pecados “Pero al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó, y dijo: Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré.” (Hechos 24:25). Ciertamente la convicción de que ha pecado contra Dios es un paso hacia el arrepentimiento, y muchos, como Félix, hasta se espantan, pero no se arrepienten. El remordimiento lleva a muchos hasta a confesar que ha pecado, pero siguen en lo mismo. (Éxodo 9:27,28 y 34-35.) Finalmente hasta puede experimentar cierto grado de tristeza, pero todo esto no necesariamente implica arrepentimiento.

La censura pública de Juan “Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:7) nos revela que muchas veces las personas aparentan cumplir con la voluntad de Dios pero en el fondo no es así. Los fariseos y saduceos eran mirados como los maestros de la piedad, aunque estuviesen llenos de soberbia y de hipocresía. Muchos de ellos venían al Bautismo de Juan encubriendo su espionaje político, llenos de orgullo y curiosidad. Dios dio a conocer al pregonero de justicia el trasfondo de sus corazones; y por esta razón los llamó linaje <generación> o raza de víboras, como también Cristo en (Mateo 23:33) es decir, hombres llenos de veneno y de malicia. Eran dignos hijos de la serpiente; hijos del diablo que en algunos pasajes es identificado como la víbora, porque su veneno es el más nocivo de todos (Juan 8,44).

La sentencia divina a través de Juan no se omite, Juan reciamente dijo: “la ira venidera” Mateo 3:7 o como Cristo se los recordó <el infierno> Mateo 23:33. Ellos no tenían excusa delante de Jehová Dios escudándose bajo el ropaje del linaje de Abraham, hijos de promesa, israelitas, etc. Y creer que podían burlar la ira del Altísimo (Mateo 3:10,12; Gálatas 6:7). Todos comparecerán ante el tribunal de justicia y darán cuentas de toda obra sea buena o mala en el día del juicio final (2 Corintios 5:10) declaró Pablo, y aquí estamos incluidos todos nosotros.

Así es que necesitamos estar plenamente convencidos de qué es el arrepentimiento y cómo es que se efectúa este proceso espiritual necesario para mostrar un arrepentimiento genuino delante del Señor de la gloria.

LA NATURALEZA BÍBLICA DEL ARREPENTIMIENTO.

La palabra arrepentimiento viene del verbo “arrepentirse” que significa “sentir pesar, contrición o compunción, por haber hecho o dejar de hacer algo”. También tiene que ver con la idea de “cambiar de actitud con relación a cierta acción o comportamiento del pasado (o de algo que se pretendía hacer) producto de un pesar o descontento”. En muchos textos de la escritura encontramos la palabra hebrea <na•jám,> que tiene la misma connotación, término que puede significar “sentir pesar; estar de duelo; arrepentirse de algo” (Éxodo 13:17; Génesis 38:12.) También tiene otros significado como: “consolarse” (2 Samuel 13:39), o “liberarse de” (Isaías 1:24.) Desde cualquier punto que lo veamos el término hebreo implica un cambio en la actitud mental, no solo en el sentir de la persona.

En griego tenemos dos verbos con relación al arrepentimiento: metanoéo y metamélomai. El primero se compone del vocablo metá, “después”, y noéo (relacionado con nous, mente, disposición o consciencia moral), que significa “percibir; discernir; captar; darse cuenta de algo”. De donde se extrae el significado literal de metanoéo que es “conocer después” y se refiere a un cambio en la manera de pensar, la actitud o el propósito de una persona. Por otro lado, en el texto griego se usa la palabra metamélomai que significa “preocupar; interesar”. El prefijo metá (después) le da al verbo el sentido de “sentir pesar” (2 Corintios 7:8) o “arrepentirse”. Por lo tanto, la palabra metanoéo recalca el cambio en el punto de vista o disposición de la persona; el rechazo del modo de actuar en el pasado o que se ha pensado realizar por considerarlo indeseable y metamélomai subraya el sentimiento de pesar que experimenta el individuo.

Por supuesto, un cambio en el punto de vista suele ir acompañado de un cambio de sentimientos, o es posible que sea el sentimiento de pesar el que provoque un decidido cambio en el punto de vista o la voluntad de la persona. (1Samuel 24:5-7.) De los dos términos antes analizados, aunque de distinto significado, deducimos que son muy afines. Concluimos pues que el arrepentimiento es en sí un “cambio de mente que da como resultado un cambio de vida”. Jesús lo enseño claramente en la parábola de los dos hijos (Mateo 21:28-32) en la frase “No quiero; pero después, arrepentido, fue.” Este primer hijo cuando escuchó el llamamiento de su padre de ir a trabajar a la viña respondió con un no enfático. En ese momento él mostró su rebeldía, su desobediencia. Como muchas veces nosotros reaccionamos al conocer la voluntad de nuestro Dios y preferimos seguir en los senderos del pecado. Pero después, no sabemos cuánto tiempo transcurrió, este hijo entró en razón y recapacitando <volviendo en sí (Lucas 15:17)>, como el hijo pródigo, movido por un sentimiento de pesar en su corazón cambió su manera de pensar, quizá se dijo a sí mismo: “Es mi padre, es mi hogar, es nuestra fuente de ingreso, es nuestro trabajo e inversión, es necesario ser solidario a mi familia. ¿Cómo puedo ser ingrato con mi padre? No, no puedo quedarme de brazos cruzados, iré y apoyaré a mi padre, y por ende a mi familia” y fue. Experimentó un cambio en su manera de pensar, y con gran decisión, y convicción actuó, “arrepentido” dijo Jesús cumplió con su deber de hijo.

Muchos se remuerden pero no se arrepienten, más adelante al considerar cómo es que se da este proceso espiritual tendremos más argumentos para enfatizar esta cruda y llana verdad.

EL PROCESO BÍBLICO DEL ARREPENTIMIENTO

El Arrepentimiento por ser un acto de fe de todo creyente inicia con el llamamiento divino, “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” Juan 6:44. Nos trae a sus pies por medio del único y glorioso mensaje, el evangelio que dice: “y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones…” Lucas 24:47. Miles de Judíos tuvieron el privilegio de oír el llamamiento divino que en fe y arrepentimiento los postró a los pies del Salvador. “A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados.” Hechos 5:31, y luego la misericordia divina extendió sus fronteras a todo ser humano hasta el día de hoy. “… ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” Hechos 11:18. Demos gracias a Dios por haber sido partícipes de su gracia excelsa.

Al atender al llamamiento divino conocemos la urgencia de arrepentirnos de nuestros pecados. Recordemos dos ejemplos que nos ilustran este hecho. Veamos las palabras del mensaje de Isaías al pueblo de Israel, “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda.” Isaías 1:16,17. Aquí está incrustada la frase esencial que los invitó al arrepentimiento “Dejad” abandonen el pecado. “Aprended” busquen el bien, conviértanse al Señor. Pasemos al segundo ejemplo, Pedro apóstol le dijo a Simón el mago: “Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón” Hechos 8:22. Pero, ¿por qué debemos arrepentirnos de nuestros pecados? Jehová Dios a través de Isaías les dijo: “Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra” Isaías 1:19 y a Simón se le dijo “si quizás te sea perdonado” en otras palabras la bendición, el perdón de Dios vendrá solamente cuando procedamos al arrepentimiento. Nuestros pecados nos condenan, Romanos 3:23 “destituidos de la gloria de Dios” Romanos 6:23 “la paga del pecado es muerte” Apocalipsis 20:14 “lanzado al lago de fuego”, por eso urge arrepentirse.

Una vez conscientes de la urgencia de arrepentirnos por la necesidad del perdón divino viene el reconocimiento de nuestros pecados, de nuestra bajeza espiritual. De lo miserable que somos delante del Señor. Daniel lo dijo así: “hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas.” Daniel 9:5. David dijo: “porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí.” Salmos 51: 3. Y qué decir del hijo pródigo cuando dijo: “ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.” El padre del hijo pródigo dijo: “mi hijo muerto era” Lucas 15: 21, 24. Así es mi estimado hermano y amigo, vivir en pecado es la mayor tragedia y caos que cualquier ser humano puede experimentar. Pero gracias a Dios podemos “volver en sí” Lucas 15:17 como bien hiciera el hijo pródigo, antes que sea demasiado tarde.

Frente a nuestra miseria espiritual optamos por dos caminos, o bien nos llenamos de tristeza, pena, o vergüenza por lo vil, ingrato y perverso que somos delante del Señor de la Gloria o nos refugiamos en nuestra indiferencia espiritual, cauterizada por el pecado. Siguiendo con nuestro proceso espiritual en el camino del arrepentimiento veamos “Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.” 2 Corintios 7:9,10. Cuando hablamos de contristarse estamos hablando de un dolor o tristeza profunda en el corazón. Pablo elogió la buena actitud que tuvieron los cristianos en Corintios cuando fueron exhortados por sus pecados en la primera carta, ya que ahora habían sido beneficiados.

Este es el siguiente paso en el proceso que estamos analizando, la tristeza que experimentaron al reconocer sus pecados. Pablo especificó que hay dos tipos de tristeza por los pecados cometidos. La primera es la tristeza del mundo que produce muerte. Es la misma que experimentó Judas cuando reconociendo que había hecho mal (remordimiento) “Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó.” Mateo 27:3-5. Judas como muchas otras personas sintió tristeza por el mal que había hecho, quiso remediar al asunto a su manera devolviendo el dinero, y luego sin tomar en cuenta la voluntad de Dios, sin buscar el perdón de Dios, fue y tomó la justicia en sus manos y se ahorcó. Así proceden muchos hasta el día de hoy, después de un mal buscan el remedio según sus propios criterios, o creen que con golpearse el pecho, en señal de dolor, o hacer unas cuantas oraciones o compensaciones es suficiente. No, dice Pablo, esta tristeza del mundo produce muerte porque no te lleva a nada más.

Pero la tristeza que es según Dios es aquel dolor o tristeza profunda que sentimos cuando vemos el pecado como Dios lo ve. Es cuando comprendemos cuán vil, perverso y nefasto es el pecado en nuestras vidas. Es como dice Santiago “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.” Santiago 4: 8-10. Cristo lo dijo así: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.” Mateo 5:4. Solo los que lloran no por sus problemas o tragedias de la vida, sino por los pecados que cometen o que cometen otros, son los felices, dichosos delante del Señor, porque esa tristeza, dolor, lamento por los pecados cometidos los llevará a buscar el perdón de Dios en arrepentimiento, y luego son consolados al ser receptores de la gracia Divina. Pedro apóstol experimentó esta misma sensación “Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.” Lucas 22:62.

Eso fue lo que ya estudiamos de Pablo anteriormente: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación” 2 Corintios 7:10. Cuando reconocemos que nuestros pecados han ofendido a nuestro Dios, que hemos pecado contra Él, “Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos…” Salmo 51:4 es que realmente vamos a compungirnos de corazón como lo hicieron aquellos tres mil Judíos que al reconocer que habían matado al hijo de Dios dijeron: “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Hechos 2:37. Sus pecados los ahogaban y con una tristeza profunda exclamaron ¿qué haremos? Pedro les dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” El dolor, lamento o tristeza que había en sus corazones los llevó al arrepentimiento y obediencia del evangelio. La tristeza que es según Dios, es la que toma en cuenta la voluntad de Dios, que busca el perdón de Dios “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.” Isaías 55:7 en un compromiso firme de abandonar el pecado, y empezar a caminar por las sendas de una vida nueva.

Finalmente llegamos al último paso de nuestro proceso para llegar al arrepentimiento genuino y es frutos dignos de arrepentimiento. Toda persona con una fe viva (Santiago 2:19,20) mostrará por sus buenas obras esa fe obediente (Romanos 1:5) delante del Señor caminando por las sendas de la confesión de su fe (Mateo 10:32) pasando por el estado de arrepentimiento y entrará a las aguas del bautismo consciente de la necesidad de ser lavado por la sangre de Cristo (Hechos 2:38) y se levantará a una nueva vida (Romanos 6:4.)

Así es que estamos diciendo que no se trata de decir que me arrepentí, que ya dejé la vida vieja y nada más, recuerde esta frase de Isaías 1:16,17 “dejad de hacer lo malo, aprended a hacer el bien”. Juan el Bautista inspirado por el Espíritu Santo nos dice exactamente qué es lo que Dios espera de nosotros, ““Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego. Y la gente le preguntaba, diciendo: Entonces, ¿qué haremos? Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo. Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? El les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado. También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario.”

Muchos religiosos hoy en día alegan que estamos exigiendo la salvación por obras cuando demandamos estas cosas, pero si uno es salvo y siempre salvo (solamente por fe) haga lo que haga o no haga después de su encuentro personal con Cristo, entonces cómo explicamos las palabras del Señor en “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.” Mateo 25:34-36.

Juan demandó lo mismo que Cristo enfatiza en aquellos que serán benditos delante del Señor. Pablo apóstol asimismo exhortó “…que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.”Hechos 26:20.

LA RESTITUCIÓN UN ASPECTO MUY OLVIDADO

Estoy plenamente convencido de que no estamos bajo las normas de la ley del antiguo testamento, pero hay algunos asuntos de la ley que tenían un trasfondo moral que no puede ser pasado por alto. Al leer minuciosamente los siguientes pasajes: <Éxodo 21: 32-36; 22:1-15; Levítico 6:2-5; Números 5:6-8; Nehemías 5: 1-13; y 2 Reyes 8:5,6.> Encontramos contundentes sentencias divinas en contra de daños al prójimo y a la propiedad ajena, negligencia por el uso de recursos propios o ajenos, robo de la propiedad ajena, abuso de los bienes de su prójimo, fraudes, préstamos injustos, esclavitud, apropiación de la propiedad ajena, decomisos, y algunos pecados particulares del pueblo de Dios. La lista de multas o penalidades impuestas por Jehová Dios era sumamente estricta y hasta bajo pena de muerte. El principio moral que prevaleció precisamente era el de la compensación, la restitución de parte del infractor. De lo anterior afirmamos que el propósito era restaurar, restablecer la condición anterior, era de devolver algo a quien lo tenía antes, devolver lo que no les pertenecía. Resarcir los daños ocasionados al prójimo. Si el ofensor quiere escapar de la venganza de Dios, debía efectuar en algunos casos una amplia restitución.

Ahora bien “Porque si lo que perece tuvo gloria <Antiguo Pacto>, mucho más glorioso será lo que permanece <Nuevo Pacto>.” 2 Corintios 3:11. Estoy firmemente convencido que el principio moral de la restitución es de aplicación permanente porque cuando la salvación llegó a la casa de Zaqueo la escritura nos dice: “Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” Lucas 19: 8-10. Notemos el regocijo de Cristo por la buena actitud (restitución) de Zaqueo.

Cuando Jesús promulgó las bases del reino de Dios en el maravilloso mensaje del Sermón del Monte dijo las siguientes palabras “Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante” Mateo 5:25. Si el principio moral de la restitución no tuviera cabida en la ley de Cristo y su gracia ¿Por qué habla de pagar una deuda? No nos equivoquemos, el hecho de venir a los pies de Cristo y ahora ser cristianos privilegiados por las múltiples riquezas espirituales, no nos exime de nuestras responsabilidades. Somos perdonados de nuestros pecados pero no de sus consecuencias.

Considerando las enseñanzas de Pablo en el libro de Filemón, el cual recomiendo al lector, vemos que Onésimo, un esclavo, había desertado de su amo. Probablemente vivía en Colosas (Col. 4:9). Es difícil determinar la falta que había cometido delante de su amo Filemón. Si nada más fue escaparse de su amo, salir huyendo y robarle su servicio obligatorio. O quizá haber robado a su amo, o administrado mal algunos bienes, no podemos afirmarlo con exactitud. Pero de lo que sí estamos seguros es que estando cerca de Pablo, tuvo acceso al plan de Dios para redimir al hombre y vino arrepentido al bautismo en Cristo. Luego como cristiano, debía volver a su amo y hacer la restitución debida. Las consecuencias de su falta eran graves en los tiempos de la ley romana. Podía ser objeto de muerte irreversible, pero Pablo le persuadió, con la enseñanza del evangelio, a hacerlo, y preparó esta carta para su amo Filemón. Gracias a Dios éste era cristiano también y ambos tuvieron una postura selecta acorde al evangelio glorioso. La enseñanza está clara, Onésimo se podía haber quedado con Pablo pero tuvo que volver y enfrentarse con su destino, tuvo que restituir.

Pablo nos dice “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.” Hebreos 12:14. Solamente aquellos que verdaderamente se arrepienten son capaces de restituir todas las situaciones quebrantadas por el pecado para procurar la paz con todos. El concepto de restitución es muy amplio. Bien haríamos en no solo restituir algo, hablando de asuntos materiales, sino también restituir tiempo, contacto emocional <Amor>, trabajo, consagración, valoración los que me rodean, reconocimiento por los logros de nuestro prójimo, honrar a los que se lo merecen, etc. “Hay que restituir todo aquello de lo que hemos privado a otros”

Finalmente diremos que es esencial cumplir con el principio moral de la restitución por cuatro razones fundamentales, primero; para no conformarnos al molde de este mundo. (Romanos 12:2,) segundo; para llevar bien al prójimo. (Gálatas 6:9,10) tercero; para mostrar delante del Señor un arrepentimiento genuino. “Dejar de hacer lo malo y aprender a hacer lo bueno” (Isaías 1:16,17.) y finalmente para dar buen testimonio como hijos de luz. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que están los cielos.” Mateo 5:16. “Si haces lo contrario solo verán oscuridad en tu vida”.

Nunca es tarde para mostrar un arrepentimiento genuino delante de nuestro Dios. Lo importante es hacerlo, no sea que nos pase lo de Esaú, que cuando lo quiso hacerlo con lágrimas en sus ojos no pudo alcanzar la bendición de su padre. (Hebreos 12:17).

Otra presentación titulada el “EL ÁGUILA” nos dice que esta ave posee la mayor longevidad de su especie. Llega a vivir 70 años, pero para llegar a esa edad, a los 40 años de vida tiene que tomar una seria decisión. A los 40 años, sus uñas curvas y flexibles, no consiguen agarrar a las presas de las que se alimenta. Su pico alargado y puntiagudo, también se curva. Apuntando contra el pecho están las alas, envejecidas y pesadas por las gruesas plumas.

¡Volar es ahora muy difícil! Entonces el águila, tiene sólo dos alternativas: Morir… O enfrentar un doloroso proceso de renovación que durará 150 días. Ese proceso consiste en volar hacia lo alto de una montaña y refugiarse en un nido, próximo a una pared, donde no necesite volar. Entonces, apenas encuentra ese lugar, el águila comienza a golpear con su pico la pared, hasta conseguir arrancárselo. Apenas lo arranca, debe esperar a que nazca un nuevo pico con el cual después, va a arrancar sus viejas uñas. Cuando las nuevas uñas comienzan a nacer, prosigue arrancando sus viejas plumas.
Y después de cinco meses, sale victoriosa para su famoso vuelo de renovación y revivir, y entonces dispone de… 30 años más.

Se ha preguntado usted alguna vez: ¿Por qué renovarnos? En nuestra vida, muchas veces, tenemos que resguardarnos por algún tiempo y comenzar un proceso de renovación para que reanudemos un vuelo victorioso, es sumamente necesario desprenderse de ataduras, costumbres y otras tradiciones del pasado. Solamente libres del peso del pasado, es decir procediendo al arrepentimiento, por muy doloroso que sea, podremos aprovechar el valioso resultado de una… “RENOVACIÓN” Esto me recuerda del pasaje de Isaías 40:31 que dice: “pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” Hoy tú puedes levantarte del polvo de la indiferencia espiritual, del letargo del remordimiento y pasar a las fuentes victoriosas del arrepentimiento para honrar y glorificar el nombre de Dios.

Que Dios nos guarde.

Mainor Pérez Medina.

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